Descubrí que los hombres pueden ser buenos, lo vi con sus músculos y esas piernas y brazos gigantes pesados de indígena, ese corazón fuerte y bajo un trarilonko la mirada de perro a veces triste a veces salvaje a veces amorosa, su espalda y cuerpo que cansado cabía en mi regazo cubierto por un poco de cariño y domado se dejaba acariciar, consolar de todo el frio y el cansancio de la larga ceremonia que llevaba 2 días y unos 5 de trabajo. Entre el calor ardoroso del sol y el frio sorpresivo de la cordillera en estas ceremonias que son para que llueva entendí que los hombres pueden quererse, que pueden tener manos fuertes para desalambrar como Víctor jara o levantar una ramada, no solo para golpear, que esa corpulencia cabe en un tibio abrazo cuando menos delicado o suave, cariñoso, y que también podían ser mis manos capaces de querer a uno, ya no hay miedo, los corazones que se hacen fuertes entre frio cordillerano o el dolor humano pueden quererse, pueden ser amigos y en otras ocasiones quererse de otra forma.
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